Para
retornar a las sociedades prehistóricas en las que supuestamente se vivía
mejor, una de las máximas prioridades era la de acabar con la propiedad
privada.
“El
utopista detesta lo que es único, original, lo que diferencia y personaliza.
Desde la república de Platón hasta el colectivismo de Stalin, pasando por la
ciudad del sol de campanella, se procede a una nivelación de las personas,
convertidas en las piezas anónimas de una maquina aceitada” según el
antropólogo francés Françoise Laplantine.
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